Vamos en un par de artículos a comentar un asunto no litúrgico en sí mismo, pero con repercusión en la Liturgia. Se trata del Magisterio de la Iglesia.
El Magisterio de la Iglesia –Magisterium Ecclesiae– es un término que hace referencia a la función y autoridad de la
Iglesia de enseñar. Lo ejercen el Papa y los obispos, aunque las enseñanzas de
la Iglesia están jerarquizadas, de modo que el Papa y los obispos no ejercen el
mismo grado de autoridad en todas las enseñanzas. El Catecismo de la Iglesia
Católica dice al respecto: El oficio de interpretar auténticamente la
palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de
la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo es decir, a los obispos
en comunión con el sucesor de Pedro, el obispo de Roma[1].
A su vez, el CDC afirma: Se
ha de creer con fe divina y católica todo aquello que se contiene en la palabra
de Dios escrita o transmitida por tradición, es decir, en el único depósito de
la fe encomendado a la Iglesia, y que además es propuesto como revelado por
Dios, ya sea por el magisterio solemne de la Iglesia, ya por su magisterio
ordinario y universal, que se manifiesta en la común adhesión de los fieles
bajo la guía del sagrado magisterio; por tanto, todos están obligados a evitar
cualquier doctrina contraria[2] .
La Iglesia no toma exclusivamente de las Sagradas Escrituras la
certeza de todo lo revelado sino que también
lo completa con la Tradición, o sea, por todas aquellas verdades reveladas por
Dios, que han sido reconocidas por la Iglesia y que no están incluidas en la
Biblia.
La
Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente unidas y compenetradas.
Porque surgiendo ambas de la misma fuente, se funden en cierto modo y tienden a
un mismo fin. Una y otra hacen presente y fecundo en la Iglesia el misterio de
Cristo que ha prometido estar con los suyos "para siempre hasta el fin del
mundo" (Mt 28,20)[3].
Se
entiende por Tradición la que viene de los apóstoles y transmite
lo que estos recibieron de las enseñanzas y del ejemplo de Jesús y lo que
aprendieron por el Espíritu Santo.
Hay que distinguir entre la Tradición y
las tradiciones teológicas, disciplinares, litúrgicas o devocionales, nacidas
en el transcurso del tiempo en las Iglesias locales. Estas constituyen formas particulares en las que la gran Tradición
recibe expresiones adaptadas a los diversos lugares y a las diversas épocas.
Sólo a la luz de la gran Tradición aquéllas pueden ser mantenidas, modificadas
o también abandonadas bajo la guía del Magisterio de la Iglesia[4].
Dentro del Magisterio de la Iglesia
podemos distinguir entre el Magisterio
Solemne o extraordinario, que es
infalible y el Magisterio Ordinario. Lo contenido en el Magisterio Solemne es
irrevocable, es decir, no puede contradecirse ni aún por el Papa o los
concilios, quedando fijado para siempre. El
Magisterio Ordinario consiste en las enseñanzas no infalibles. Por orden de
importancia tenemos en primer lugar la enseñanza de los papas, en segundo lugar
la de los concilios y en tercer lugar las de los obispos y las de las conferencias
episcopales. Estas enseñanzas pueden ser posteriormente alteradas.