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11.4.07

LA CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA I

La Concelebración de la Eucaristía, expresión de la unidad del sacerdocio, del sacrificio y de todo el pueblo de Dios, es hoy una de las formas habituales de la santa misa. El Concilio Vaticano II y los diferentes documentos de la reforma litúrgica determinaron las circunstancias del rito y su desarrollo ceremonial. No hay duda de que la concelebración ha sido una de las novedades más notables.
La misma verdad y belleza de los signos litúrgicos reclama que sean realizados con dignidad, unción interior y escrupulosa fidelidad a lo dispuesto, dentro del margen de espontaneidad y calor humano que los distintos actores de la celebración deben poner en el ejercicio del culto divino.
Para eso vamos a recordar algunas cuestiones relacionadas con la concelebración.
1. Aunque la condición común de los concelebrantes sea el presbiterado, sin embargo es uno sólo el celebrante principal. A él corresponde pre­sidir y realizar una serie de acciones que le están reservadas, tales como incensar el altar, dirigir los saludos al pueblo, recitar o can­tar las oraciones presidenciales, etc y ocupar el puesto principal de la Sede. Cuando concelebra un Obispo, la presidencia litúrgica le corresponde a él. por derecho propio. En cuanto a los ornamentos, el celebrante principal debe llevar los mismos que cuando se celebra la misa individualmente. Los demás celebrantes, cuando hay justo motivo, pueden prescindir de la casulla, teniendo en cuenta que muchas albas deben ser utilizadas con amito por razones de elemental estética. Cuando el Obispo celebra solemnemente está especialmente indicada la concelebración.
2. Si no hay verdaderos diáconos sus funciones las asumen los concelebrantes que están a cada lado del que preside, revestidos como presbíteros.
3. Aun cuando sean numerosos los celebrantes, éstos no deben apropiarse las funciones de los ministerios inferiores al diácono, tales como las de lector, acólito, comentarista, etc. Estas funciones corresponden a los que han sido instituidos para ellas y también a los mismos seglares.
4. Es importante la unanimidad en los gestos y movimientos de los con­celebrantes, de acuerdo con lo establecido en el misal.
5. Los textos que competen a todos los celebrantes los pronuncian al unísono, pero en voz baja para que se pueda oír distintamente la voz del celebrante principal. De este modo el pueblo percibe mejor el texto.
Jesús Luengo Mena, Lector instituido.

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